Otra historia Horrible
Esta es otra horrible historia de un niño artista. Este niño
artista carece de edad, como les sucede a los artistas. Seres llenos de
infantil espíritu.
Este niño lo encontré un día arrinconado en una esquina
oscura de la ciudad. Hacía meses que estaba allí me dijo. Bebía, fumaba y se
acostaba todo el tiempo con mujeres a las que les pagaba para que besaran su
piel.
El niño artista había
tenido una horrible infancia. Entre sumas, restas y lecturas de cuarto grado,
el niño había sido sofocado con la inmediatez de los estúpidos.
Nadie prestaba atención a sus mariposas en flor ni a sus
jazmines olvidadizos. Sus padres castigaban los leones lilas que salían de su
habitación.
Sus hermanos reían a carcajadas cuando sus eructos sonaban con
melodías desconocidas, pero jamás entendieron el verdadero sentido de esos
sonidos. Sólo reían como idiotas antes del sopapo estúpido de su estúpida
madre.
Poco más hay para contar de la infancia de este niño artista
si no queremos repetirnos como los idiotas
repitieron durante años la misma fórmula para destrozar al niño artista
y al que llamaban idiota o demasiado sensible.
Podría contar años y años de las hazañas asquerosas que
realizaron sus padres. Hubo épocas en que tanto tanto lastimaron al niño
artista que lo dejaron durante años sin brazos. Otra época su pierna izquierda,
a veces fallaba o sus ojos se limitaban a ver formas y no colores.
Fue una época horrible de dolor y tristeza. Castigo y furia.
Llantos y melancolía.
Es difícil saber qué efecto tuvieron estos martirios. Pero
el niño artista se fue vistiendo de adulto y dejando los fines de semana como
parque de diversiones. Tocaba en algunos bares de la ciudad y se compraba todos
los discos de Ani Holty.
Su casa estaba muy bonitamente decorada. Sus comidas eran ricas
y su ropa tenía cierto encanto. Pero durante la semana pasaba el tiempo en esa
esquina horrible de la ciudad en la que lo encontré un día.
Una señora que por allí pasaba me dijo que durante años
había estado allí, pro antes tipeaba anuncios. Un hombre me dijo que en esa esquina
se había casado y había tenido dos novias también.
El kioskero me contó historias de cuando vendía sillones.
La vida disfrazado de adulto le había sacado la sonrisa de
su cara y todo ahora era una mueca de buena persona.
Los años vestido de adulto pasaban y pasaban. Mientras, las
heridas que habían quedado laceraban su buen dormir por las noches de la
semana. El fin de semana, las heridas se recuperaban y prácticamente se cerraban,
pero claro, muy pronto regresaban al dolor los lunes por la mañana.
Yo lo encontré un día que vestía un saco marrón de vendedor
de enciclopedias. Cuando me acerqué reconocí bajo el saco, la piel lastimada de
un niño de unos 5 o 10 años.
Me acerqué e intenté consolar su llanto solar. Se agitaba y
se agitaba. Su dolor no tenía fin.
Tire las botellas, las colillas y un facturero que chorreaba
mierda.
Le pregunté si quería que lo llevara a algún lado.
Me pidió ir al circo.
En ese momento cruzaban la calle sus padres y el niño se
amarró a la columna.
Espero que se alejaran…y me dijo “ahora! Vamos!!”
Lo dejé en el circo.
En el camino me explicó que llevaba una especie de corneta en
el bolsillo de su saco. Cuando llegara al circo, entraría tocando la corneta.
Así fue, lo dejé una noche de esas que tienen estrellas y
lunas rosadas. Salió corriendo, brincando tocando el sol. Vi cómo iba tirando
su saco y su sonrisa se hacía nariz roja.
Lo vi perderse en el polvo iluminado del último sueño. Yo
arranqué el coche, salí a la noche. Cada tanto voy al circo. Me encanta su número
de la corneta. Para mi es el mejor del circo, pero eso no lo puedo asegurar.
Nunca olvidaré las heridas que había en su cuerpo. De esas
que vienen los domingos por la tarde, cuando hay mundo que enfrentar y sueños
que defender.
Al final no es tan horrible la historia. Porque tiene final
feliz. Los niños artistas nunca crecen. Así es que si te encuentras con uno,
busca la pelota más cercana que haya y patéasela. Siempre te va a devolver una
obra de arte.