Una historia Horrible (cuento)
Una Historia Horrible.
Esta es la
historia horrible de una mujer horrible.
Una asquerosa comercianta que un día se dio cuenta de que tenía
un negocio fabuloso en puerta. Fabuloso para ella, para su codicia. Horrible y
espantoso como suelen ser todos los negocios en donde se venden cosas que otro
necesita.
Pero había algo más horrible todavía. Todo era una gran
estafa. Ya les dije que era una historia horrible sobre una mujer horrible que
era una asquerosa comercianta.
Esta mujer se dio cuenta de lo que podía vender un día en
que estaba sentada en una plaza y una muchacha se sentó junto a ella. La
muchacha estaba muy triste. Al permanecer un tiempo sentada, y con la
posibilidad de reflexionar en ese mar inmenso que son los recuerdos, se puso a
llorar.
La asquerosa mujer sintió una espantosa curiosidad. Quería
saber por qué lloraba esta muchacha. La asquerosa mujer, además de una horrible
comercianta, era una chismosa impresentable.
Disimuló su curiosidad para que la muchacha se abriera y le
contara la razón de su tristeza. Era una tristeza pura, auténtica. Si la
muchacha no se hubiera encontrado con esta espantosa mujer hubiera podido ser
el manantial de un rio dulce y suave, eso que es la tristeza cuando se
convierte en recuerdo.
La horrible mujer tuvo envidia de la capacidad de la
muchacha para sentir aquella tristeza suave y pura.
Y esa envidia no le dejó estar. Empezó a decirle cosas a la
muchacha para convencerla de que la traición debía ser vengada. Que el desamor
era imperdonable. Que nadie merecía unas
lágrimas tan dulces. La horrible mujer era una fantástica oradora. Tenía la
grandeza de la retórica y la miseria de los dueños de supermercado. (Quién podría creer en alguien que es capaz
de hacer un gran negocio con la comida no es un miserable repugnante.)
La muchacha la oyó. Dejó penetrar en sus emociones los
cantos de una sirena de los mares helados de la humanidad. Dejó que esa
sensación de odio y venganza disfrazara la tristeza.
La muchacha se sintió invadida por esas emociones duras, pero
al mismo tiempo, y gracias a la asquerosa oratoria de la horrible mujer, la
muchacha sintió que era mejor el odio a la tristeza, o al desconsuelo.
Y allí partió. Hacia un mundo horrible en el que alguna vez
vengaría la traición, mientras, esperaría odiando a quien le había hecho llorar
una tarde triste muy triste de traición.
La horrible señora regresó a su fría casa. Se sentía
pletórica. Sabía que había inventado algo horrible pero que le reportaría
muchísimo dinero. Y así, su cuenta del banco aumentaría y entonces, un hombre
tan o más horrible que ella, se beneficiaría del horrible negocio.
Estuvo encerrada cinco noches y cinco días enteros. Con sus
tardes y sus mediodías. Y por fin lo había conseguido. La horrible mujer había
creado una maquina espantosa.
La máquina ofrecía un servicio; así le llamaba aquella
repugnante mujer. Si, un servicio. La máquina podría hacer que nunca más
sintieras tristeza, desolación, desamor, inseguridad, dolor, y en vez de estos
sentimientos, al salir de la maquina sentirías, odio, rechazo, rencor, sed de
venganza, bronca. Así, los sentimientos puros del dolor se harían horribles
sentimientos revanchistas.
La máquina funcionaba a la perfección a base de bilis de
cangrejo. Lo había probado con su perro hambriento. Entró un perro triste y
desolado de hambre y al salir de la máquina el perro corrió feroz a comerse al
gato entre gruñidos y mucha saliva espumosa.
Una paloma perdida, entró a la máquina y salió volando como
un rayo, tan rápido que chocó con un cable de alta tensión y cayó inerte sobre
el suelo antes de que el perro, ahora feroz, se la engullera de un mordisco al
otro. Como lo hacen los asquerosos laboratorios farmacéuticos había hecho las
pruebas con animales, ahora necesitaba un par de humanos. Fue a la salida de
los colegios, en donde encontró adolescentes, a los hospitales públicos en
donde encontró familiares perdidos en la burocracia, y a las iglesias a
encontrar almas estafadas.
Esa gente rápidamente accedió a probar la máquina. En todos
los casos la máquina había funcionado a la perfección. Era lamentable, pero las
personas que habían servido de prueba salían agradecidos y en deuda con la
asquerosa mujer.
Todo estaba listo. ¡Servía! La horrible maquina funcionaba y
la asquerosa mujer ofrecía en la televisión y en los hipermercados su espantoso
aparato. Entregaba volantes en las puertas de las salas velatorias y hospitales
psiquiátricos. Los abogados de familia le pasaban clientes por un porcentaje
previamente establecido.
Pronto tuvo que fabricar varias máquinas más para poder
cumplir con la demanda.
Psicólogos egocéntricos, médicos irresponsables, maestros
faltos de vocación, padres que no había querido dejar de ser hijos, ofrecían
clientes a la asquerosa vieja.
Lamentablemente esta horrible historia no tiene un final. No
he podido conocer una historia fabulosa que contara que la maquina se había
roto o que la vieja había muerto.
No señores, aun la historia no tiene un final. Aún sigue
funcionando la máquina, llenando el mundo de vaya a saber qué horrores. Pero de
todas formas quería contarla. A modo de advertencia, a modo de querer contarla.
Pero sepan que anda por ahí esa horrible vieja entre los hipermercados y las
iglesias.