Este sábado
estrené Nuestra Señora del Rostro Rasurado. Fue el quinto elenco que reuní para
hacer esta obra.
Ya he dicho
muchas cosas sobre la emoción que me provocó el estreno y el éxito que fue.
Sin temor a
equivocarme, y apoyándome en algunas notas periodísticas que salieron la semana
pasada, puedo decir que el Teatro de Hemoficción se consolida en esta ciudad y
empieza a ser otra propuesta. Otra manera de hacer y presentar el teatro.
El sábado estuve
dentro. Mi intención cuando empecé a montar este último reparto era
quedarme sólo como directora, no pensaba actuar. Pero los naufragios de
actrices -típicos de esta obra- me hicieron ponerme a actuar y estudiar letra.
Esto me dio la
posibilidad de ver desde adentro el trabajo.
Hace unos
años escribí un texto sobre cómo mi pasión por la poesía se reflejaba en la
manera de montar mis obras. Los textos de Juan Trigos y la manera en que
Lorenzo Mijares me formó sirvieron de base insustituible para esta manera de
trabajar.
El sábado,
parada en el escenario, podía ver a las actrices moverse y estancarse según los
textos. Fue emocionante darme cuenta de que soy libre al trabajar. Yo sé que
hay cosas que a ciertas miradas, mi puesta en escena resulta incómoda, fea,
desagradable. Sé que para muchos, mi trabajo es desagradable, incomprensible.
Hasta aburrido. Sé que las obras resultan largas. Pero mi trabajo como artista
no consiste en poner sobre el escenario aquello que es fácil de digerir. Para eso
está Ricky Martin, Scorsese, y la fucking semiótica de los cojones, para el que
se sienta en el teatro, confundido con una biblioteca.
Yo he
decidido llevar al escenario aquello que no me gusta de la vida que hacemos.
Y la vida
que hacemos es incomprensible, aburrida, con momentos largos y tediosos. Hablamos
de las mismas cosas, repetimos las mismas palabras y nos relacionamos con
figuritas repetidas entre las sábanas y el comedor de diario.
Pero lo
fabuloso, lo increíble, lo que vale la pena agradecer es que esta posibilidad
de mirar, de enfrentarse, es la energía, la única manera de ser feliz. Vivir
sabiendo que esto va a cambiar.
El teatro
debe movilizar, no instituir.
Mis obras
son oscuras, y muestran la intimidad más
sucia. Los personajes que crea esta sociedad que nunca me gustó. En las obras
de Juan encontré la posibilidad de mostrar al mundo aquello que me incomoda de
una manera poética y tragicómica.
Nuestra
Señora del Rostro Rasurado me regala la posibilidad de hablar francamente sobre
mi visión sobre las mujeres y la relación con esta sociedad.
Habemos
mujeres que decidimos romper con lo instituido y esto nos causa muchos problemas.
Y hay mujeres que aceptan lo instituído y esto les trae aun más problemas.
El sexo, la
relación con la religión, con la maternidad, con las amistades. Nuestra Señora
del Rostro Rasurado enfrenta mi relación con hombres conservadores y mujeres
obedientes de una vida de mierda.
Personajes
infinitos que nos muestran los torpezas de esta sociedad.
Jugamos con
el género. Actrices hacemos de hombres y rompemos con los estereotipos de
belleza.
Nos animamos
a hacer una violación en el escenario, para mostrar hasta qué punto aceptar el
machismo nos corroe la vida.
Todas estas
cuestiones aparecen en mi cabeza a dos días de re-estrenar una de mis obras
preferidas.
Y nada más! Gracias.
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