esta vez me tocó ser público. Lástima tuve mala suerte!

Anoche fui a ver Magnificat. Una obra en el Espai Brossa.
Artaud ya decía a comienzos del siglo pasado que la llama del teatro en Europa se había extinguido. Y por eso de que donde hubo fuego cenizas quedan... aún sigo yendo al teatro  a buscar quemarme.
Creo que si me hubiese quedado en casa viendo capítulos repetidos de Buenafuente, hubiese sido más interesante la propuesta.
Me aburrí. Me aburrí tanto que estuve a punto de levantarme e irme. Los actores salvaban un poco la obra por su simpatía, pero nada de dejarse la piel en el escenario. Textos religiosos que no te conectaban con la fe. Chistes un poco tontos, un poco de estos que dan vergüenza ajena.
Pero la gente se reía y aplaudió entusiasmada. Supongo que porque la mayoría de ellos nunca se ha planteado realmente qué es lo que buscan en el teatro o en una novela. Miles de personas leen Perez Reverte y dicen estar encantados. Tal vez, porque no conocen qué se puede encontrar en Crimen y Castigo. O en la Leyenda de Do Juan Manuel.
Desde mi blog, les comparto mi visión sobre cómo vivo el arte. También aprovecho la ocasión para hacerles esta pregunta: alguna vez han leído una novela que les haga replantearse su vida. Alguna vez han salido del teatro con la sensación de haber podido entender las causas más profundas de la tristeza que en algún momento les ha provocado la estupidez humana? Han tenido la necesidad de mirar un cuadro durante largos minutos para poder sentir algo que nunca habían sentido.
Siempre es más fácil con la música. Pero en el teatro también se puede encontrar. Magnificat es una de esas obras para pasar un rato. A mí se me hizo aburrido y sin emociones. Eso no busco en el arte.

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