Asalto a la calle

Asalto a la calle

A veces lo elijo en el tren; otras, lo pienso en mi casa o se me viene la idea en cualquier otra circunstancia.
Llego a ese lugar, a esa plaza de la ciudad, al barrio en el que pensé. Miro a la gente. Intento percibirlos, intento saber si estarán dispuestos. A veces me equivoco, pero siempre vale la pena.
Escojo por practicidad el mejor lugar. Un recodo en una peatonal, una plaza lejos de los ruidos de los coches, pero llena de gente. Llena de mis posibles espectadores.
Saco mi vestuario, me disfrazo, me pinto, cierro los ojos y me da pánico lo que estoy a punto de hacer. Pero eso es lo que me gusta.
Escucho las primeras frases de la obra, siento cómo mis palabras penetran en el aire de la plaza, siento el estupor de las personas que se sienten afectadas por mi asalto. Tal vez es la primera vez que están cerca del teatro. Tal vez es la primera vez que ven actuar a alguien en vivo y en directo y ese hecho increíble se produce en la plaza de su barrio, camino al mercado. Y regresan con sus lechugas y patatas y sigo ahí. No me he ido. No me fui. Pasan de largo o se quedan. No terminan de saber qué está pasando. No es una estatua viviente de la rambla, estoy diciendo cosas importantes. Están viendo una energía desbordada que hasta les incomoda. O les hace reírse o fruncir la frente porque no entra en sus esquemas. A veces dejan que los niños presencien el espectáculo, otras veces, prefieren sacarlos a la fuerza porque no quieren que sus hijos sepan y cuestionen las cosas importantes de las que hablo.
A veces me pregunto porqué lo hago. Cuando estoy a punto de empezar, me lo pregunto. Pocas veces la gente presencia toda la obra. Me pregunto con qué se quedan. Me pregunto si les llega.
Cuando escucho las mismas frases que a mí me han hecho llorar o reír, cuando escucho esas frases en medio del aire de un barrio, estoy segura de que vale la pena hacerlo. Asaltar la calle, hacerla escenario, hacerla camerino. Hacer que por una vez, la gente esté cerca del teatro. Que sepan cómo es eso de ver a alguien poner todo el ser para contar la historia que vale la pena contar. Me pregunto si vale la pena, y dos ojos me miran desde lejos o un niño queda maravillado, no puede soltarme la mirada. Me pregunto si vale la pena y me respondo que sí. Asalto la calle para abrir nuevas posibilidades: una señora ama de casa, un niño de cinco años, un barrendero de la calle, un estudiante, todos son bienvenidos a mi teatro. Todos se convierten en cómplices. Asaltamos la calle, actriz y espectadores. Drama y risas nerviosas. Dramaturgo y director.

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